A menos de un mes de la Conferencia de las Partes de París (COP21), la atención política, mediática, civil e incluso religiosa al futuro del clima está aumentando. Sin embargo, estas cumbres tienen cadencia anual: entonces, ¿por qué París despierta tantas expectativas?. Vamos a entender la importancia histórica de esta cita.
Lo que dice la ciencia
Ya sabemos que, hoy más que nunca, la responsabilidad humana sobre el cambio climático es evidente y comprobada, como revela elúltimo informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), órgano de las Naciones Unidas fundado en 1988 y constituido por cientos de expertos. El IPCC, cada cinco o seis años, publica un informe detallado en el cual hace un resumen de miles de artículos científicos relevantes publicados en revistas internacionales sobre varios aspectos relacionados con el cambio climático. El fin es proporcionar la base científica a los responsables políticos.
Hoy en día el IPCC nos dice con voz alta que el cambio climático es consecuencia de la creciente combustión de fuentes fósiles de energía (carbón, gas, petróleo) que, en pocas décadas, ha provocado una subida exponencial de la concentración de CO2, que hoy en día alcanza valores muy superiores a los de la historia terrestre de los últimos 800.000 años por lo menos.
Inicio de las negociaciones
Aunque desde los años setenta importantes estudios ya habían identificado los problemas relacionados con un crecimiento continuo en un planeta limitado, la atención política fue puesta en el cambio climático por primera vez en 1992, en la Conferencia de Río, cuando -entre otros temas- se señaló como una amenaza real. Entonces se instituyó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), con el objetivo de “estabilizar las concentraciones atmosféricas de gas de efecto invernadero (GEI) a un nivel adecuado para impedir una interferencia humana peligrosa para el sistema climático”
Desde el 1995, dentro de este marco, se repiten a finales de cada año las Conferencias de las Partes (COP) y algunas negociaciones intermedias, en las cuales los miles de delegados de 195 países del mundo discuten principios generales y aspectos técnicos de las posibles implementaciones legislativas a nivel internacional que puedan mitigar los efectos del cambio climático y adaptarse a los que ya son inevitables.
El protocolo de Kioto
El primer importante paso vino de la COP3 (1997), que estableció el Protocolo de Kioto como acuerdo vinculante (pero sin sanciones para quien no lo cumpliera o se retirara) para lograr una reducción promedia del 5% de las emisiones de GEI comparado con los niveles del 1990, reconociendo formalmente las responsabilidades históricas y diferenciadas de los distintos países. Es decir, que los países desarrollados que han consumido muchos más combustibles fósiles, son los que primero deben empezar a reducir emisiones, ya que tienen mayor responsabilidad sobre el cambio climático. Por eso el Protocolo de Kioto sólo obliga a reducir emisiones a países desarrollados, como son la UE, Rusia, Japón, Canadá, etc
Las COP siguientes (en particular la de Marrakech en 2001 y la de Montreal en 2005) procuraron definir la actuación del Protocolo y, a pesar de la no ratificación de los EEUU, el acuerdo entró en vigor en el 2005, con la decisiva ratificación de Rusia.
El Protocolo de Kioto se compone de dos períodos principales, el 2008-2012 y 2013-2020. El Protocolo ha estado en vigor sólo durante el primer periodo, para el cual los emisores históricos tenían que reducir las emisiones, en distintas medidas, disponiendo también de los mecanismos flexibles del “mercado del CO2” (entre otros el Comercio de Derechos de Emisiones, el Mecanismo de Desarrollo Limpio y los Mecanismos de Implementación Conjunta), que en principio iban a optimizar las inversiones necesarias para reducir las emisiones.
El segundo periodo no ha entrado en vigor por la falta de ratificación de un número suficiente de partes (por ejemplo, Canadá se retiró del Protocolo). Esto quiere decir que, hasta 2020, no hay ningún acuerdo global en vigor. Lo que es cierto es que hoy en día las emisiones mundiales han seguido aumentando a un ritmo mayor, y los esfuerzos diplomáticos no han producido resultados esperados.
De la decepción en Copenhague
A partir de la COP13 en Bali (2007), se empezó a discutir del periodo post-2020 y se decidió que la COP15 de Copenhague (2009) sería el término último para llegar a un acuerdo global vinculante, es decir, por primera vez, un acuerdo que incluyera todos los países del mundo y no sólo los desarrollados. Las expectativas sobre la COP15 eran muy altas, pero el resultado fue muy decepcionante: no se llegó a ningún instrumento legal vinculante y las partes se limitaron a una declaración formal que fijaba en 2 grados el aumento máximo de temperatura aceptable (comparado con la época preindustrial, es decir, antes de 1880). Después de esta decepción global, el “fantasma de Copenhague” sigue en la cabeza de los negociadores y asistentes de la COP21 de ese año, como ejemplo del camino que no se debe seguir.
Reactivación del proceso
La COP de Cancún (2010) tuvo la capacidad de resucitar el proceso luego del fracaso de Copenhague. En esta reunión se decidió instituir el Fondo Verde para el Clima (FVC), un fondo que debía destinarse a Mitigación, Adaptación, Daños y Pérdidas, y Transferencia Tecnológica hacia los países del Sur. Cinco años después, todavía no hay claridad de cómo se llegará a la meta de insertar 100 mil millones de dólares anuales hacia el 2020, sin embargo el FVC recientemente hizo su primer anuncio de programas que apoyará. La siguiente COP17 de Durban identificó el 2015 como plazo límite último para un acuerdo post-2020. Desde entonces se ha trabajado en preparación a la COP de París, instituyendo grupos de trabajo y adoptando una nueva estrategia de abajo hacia arriba, basada en la participación de los países, en lugar de una legislación global susceptible a ser declinada localmente (de arriba hacia abajo, impuesta desde la Convención, como el Protocolo de Kioto). Así, se deja a los países la iniciativa para proponer sus Contribuciones Nacionales Determinadas (INDC por sus siglas en inglés), por el medio de las cuales cada país propone medidas y objetivos de reducción de emisiones.
Rumbo a la COP21 de París
En la COP20 de Lima se sentaron las bases para el acuerdo de París, definiendo las distintas acciones que hemos visto este 2015. Lima definió el alcance de las Contribuciones Nacionales, encargó al Secretariado de la CMNUCC preparar un documento de síntesis de los planes nacionales, y aprobó que el texto con los elementos de negociación identificados se siguiera negociando en París. Durante este año hemos visto cuatro reuniones intersesionales, una en Ginebra (Suiza) y tres en Bonn (Alemania), donde se ha desarrollado un documento base para las discusiones que se llevarán a cabo en París. Compuesto de momento por unas cincuenta páginas, el borrador incluye propuestas que representan las diferentes posiciones de los países. En París, se debería reducir el texto, a través de acuerdos sobre varios puntos hacia los cuales existen fuertes diferencias entre varias partes, algunos con debates históricos y difíciles de resolver.
El desafío de París será encontrar un consenso global, superando la diversidad de contextos socio-económicos, y los intereses a menudo relacionados con las compañías fósiles. ¿Podemos entonces esperar algo positivo de París? Tal vez algo mejor que en Copenhague, eso sí, aunque las INDC publicadas (por 155 de países que cubren más o menos el 85% de las emisiones globales) resultan insuficientes para limitar el aumento a dos grados, como ya ha anunciado la secretaria de la CMNUCC, Christiana Figueres.
Los dos mayores emisores, EEUU y China, por primera vez han mostrado su interés en tomar compromisos, impulsados también por las oportunidades del mercado de los negocios verdes. Además, podemos esperar que la anfitriona, la UE (y Francia en particular) empuje más a las otras potencias occidentales hacia el logro de un acuerdo vinculante. De eso depende también el prestigio político de la UE y la credibilidad de las Naciones Unidas.
Por último, y muy importante, hay varios puntos que la sociedad civil y los países más vulnerables piden, y que se espera se les de la importancia merecida en las negociaciones.
Hablamos de los principios de justicia intergeneracional, de los fondos hacia países vulnerables y de un posicionamiento muy claro a favor de un futuro completamente libre de combustibles fósiles, como piden, por ejemplo, varios países de Latinoamérica, el Caribe y África. La sociedad civil es cada vez más consciente, activa y presente en las COP, pero hay que resaltar que siendo el cambio climático un fenómeno global, las voces deben de unificarse para asegurar el cuidado de la vida en el planeta.
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