Hace poco estalló uno de los más graves escándalos de la industria automotriz mundial. Se descubrió que Volkswagen instaló ilegalmente un software para modificar los resultados de los controles técnicos de emisiones contaminantes en 11 millones de autos con motor diesel comercializados entre 2009 y 2015. Recientemente, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA)estableció que los vehículos implicados en realidad emiten hasta 40 veces el límite legal de óxidos de nitrógeno.
¿Cómo alguien tan severo y disciplinado como el presidente de Volkswagen pudo urdir una trampa de tan baja estofa? ¿Cómo es que muchos de sus ejecutivos, sus ingenieros y sus proveedores han podido ser cómplices de esa estafa? ¿Cómo se pudo haber timbeado con la gran y merecida fama de la compañía? Y, de paso, ¿cómo se pudo haber jugado con el prestigio de un país? Finalmente, ¿cómo ignoraron las autoridades tantos años de claros indicios de este acto ilícito?
Dudo que alguien pueda tener una respuesta definitiva, al menos hasta que haya un juicio público y que, como esperamos, algunos de los subordinados canten todo lo que saben tratando de salvar su propio pellejo. En este, como en tantos casos, los whistleblowers (o soplones) serán de mucha ayuda. Dicho sea de paso, ¿por qué no cantaron antes?
A continuación, quisiera adelantar algunos razonamientos tentativos de lo que pudo haber sucedido en tan tamaño sinsentido.
Cuando en Estados Unidos la ley imponía grandes multas a las corporaciones pero no perseguía a los ejecutivos responsables de los delitos cometidos, el sistema prácticamente funcionaba como un incentivo a delinquir. Si sabemos que cometer un delito puede traer beneficios personales a quienes los cometen en caso de no ser descubiertos, y que, en caso sean descubiertos, el castigo lo pagará alguien más, es seguro que las personas carentes de escrúpulos delinquirán.
Y lo peor: cuando la empresa paga una multa ¿a quién cree que se está castigando? Obviamente no al ejecutivo que cometió el delito sino a los accionistas, dado que esa multa atentará directamente contra las utilidades y los dividendos.
Señalo estos dos puntos para recordarles que ni las compañías ni las organizaciones ni los países opinan, deciden, negocian, contratan, despiden, compran, ni venden. Quienes hacen cada una de esas cosas son individuos que tienen el poder (o dicen tener el poder) para opinar, decidir, negociar, contratar, despedir, comprar o vender en nombre de dichas organizaciones, empresas o países.
Además, esas personas siempre afirmarán que actúan en aras del interés de la compañía y de los accionistas. Pero esta última afirmación es falsa. El ejecutivo que dice actuar en nombre de la empresa tiene, legítimamente, su propia agenda y sus propios intereses. Es cierto que los intereses del ejecutivo y los de la organización pueden coincidir parcial y temporalmente pero nunca pueden ser los mismos, menos en el largo plazo. Ni siquiera en el caso extremo de una empresa individual, menos aún en el caso de una gran corporación que cotiza en bolsa y cuyos dueños son difícilmente identificables.
Finalmente, aterrizando en el caso mencionado, para comprender el problema de Volkswagen y de su CEO debemos saber que los intereses de los directivos suelen estar condicionados por sus mismos directorios y juntas de accionistas al ponerles metas altas, las mismas que en caso de ser cumplidas o incumplidas derivan en premios o castigos.
Si a un directivo le ponen metas en cuanto a valor de las acciones, utilidades, participación de mercados, crecimiento de ventas, ventas totales, es absolutamente previsible que hará cualquier cosa con tal de alcanzar los bonos (que pueden llegar a las decenas de millones de dólares) que le prometen en caso tenga éxito.
Y en cuanto al directorio y junta de accionistas, quienes supuestamente deberían controlar que los ejecutivos no cometan excesos, en algunos casos prefieren hacerse de la vista gorda ante cualquier tropelía de los ejecutivos si ello beneficia a sus intereses (sus dividendos) de corto plazo.
A partir de aquí, la respuesta comienza a ser obvia: ¿Por qué el director de VW, parte de su personal y de sus proveedores hicieron lo que hicieron? ¿Por qué los órganos de control y de alta dirección no cumplieron su papel (no vieron o se hicieron los que no veían lo que pasaba)? Muy simple: porque eso correspondía a sus intereses individuales de corto plazo y creyeron que no serían descubiertos.
La pregunta que deberíamos hacernos es si este es un caso excepcional y anecdótico o es un problema sistémico del capitalismo corporativo donde la mayor parte de las grandes empresas no tienen dueños identificables sino que pertenecen a fondos de inversión, incluidos nuestros fondos de pensiones.
¿Considera usted que lo sucedido con Volkswagen puede repetirse en otras grandes corporaciones? ¿Por qué?
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