El reciente escándalo de Volkswagen trajo consigo una serie de cuestionamientos a los estándares de calidad que poseen las organizaciones para monitorear sus procesos de producción. A continuación, se analizará el caso de la empresa automotriz alemana bajo la perspectiva del método Six Sigma.
En los últimos días el sector automotriz se ha visto estremecido con la noticia de que Volkswagen trucaba sus pruebas de emisiones de gas contaminante a través de un software, hecho que fue detectado por la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos (EPA).
Este incidente podría significarle a la compañía alemana una multa superior a los 18 mil millones de dólares, sin contar con las perdidas adicionales por el retiro de 500 mil vehículos, costos por reprocesos, disminución de ventas y, lo que es peor para una corporación emblemática, la pérdida de confianza y deterioro de imagen correspondiente.
¿Qué tiene que ver el escándalo de Volkswagen con el Six Sigma?
La verdad es que mucho, pues la metodología Six Sigma tiene como objetivo la eliminación de defectos de un bien o servicio. Entiéndase el término "defecto" como una no conformidad o incumplimiento de las especificaciones del producto (diseño) en su proceso de fabricación. Si a eso sumamos que las especificaciones deben cumplir con normativas hechas por entes reguladores de un país, la trascendencia deja de ser meramente comercial y económica, entrando también en el terreno legal y hasta judicial.
Bajo el entendido de que los procesos de fabricación en su naturaleza tienen un desempeño aleatorio, el objetivo del Six Sigma es controlar la variabilidad de un proceso para que los procedimientos que se tengan encajen dentro de las especificaciones del producto. Sin embargo, es común que estas labores puedan verse afectadas por diferentes fuentes de variación como: el desempeño del trabajador, variabilidad en la calidad de los insumos, rendimiento de máquinas, métodos no estandarizados, mal diseño de planta, tecnología insuficiente, etc., generando una disminución en la calidad del producto, que a su vez repercute también en su competitividad.
Para corregir esta situación se podría apostar por aplicar una mejora continua pero con incrementos graduales en el tiempo. Por otra parte, el mercado también podría presionar al negocio para dar un salto tecnológico o innovador para lograr mejoras radicales a corto plazo. Sin embargo, esto último podría representar grandes inversiones a las empresas lo que no sería muy atractivo para ellas desde el punto de vista comercial y económico. Finalmente, queda la opción de competir con niveles de calidad menores o relajar las especificaciones y esperar que el cliente no se dé cuenta. Sin embargo, hay una premisa que siempre se cumple: lo que el área de producción no detecta en sus inspecciones de calidad, el mercado se encarga de hacerlo.
El Six Sigma es una de las metodologías mejor estructuradas para el logro de niveles de calidad de clase mundial. Se gestiona como un proyecto, desarrollando cinco fases: Definir, Medir, Analizar, Mejorar y Controlar. Cada una de estas etapas contiene una serie de herramientas de análisis cualitativo y cuantitativo para la mejora de los procesos. Alcanzar el nivel Six Sigma significa reducir la variabilidad del proceso para obtener desempeños de 3.4 defectos por millón de oportunidades o lograr un rendimiento del 99.999966% de unidades libres de error.
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