lunes, 26 de octubre de 2015

Soy un migrante

Jim Yong Kim


n 1964 llegué a los Estados Unidos procedente de Corea del Sur, por aquel entonces un país en desarrollo extremadamente pobre que la mayoría de los expertos, entre ellos los del Banco Mundial, habían dado casi por perdido, al considerar que tenía pocas esperanzas de crecimiento económico.
Mi familia se mudó a Texas y después a Iowa. Yo tenía apenas 5 años cuando llegamos, y mi hermano, mi hermana y yo no hablábamos inglés. La mayor parte de nuestros vecinos y compañeros de colegio nunca había visto un asiático antes. Me sentía un extranjero residente en todo sentido.
Con el tiempo, mi familia se integró en nuestra patria adoptiva, que, de muchas maneras, ha llegado a comprender los beneficios de la diversidad y el multiculturalismo. Sin embargo, como el papa Francisco subrayó con tanta contundencia en su discurso ante el Congreso (i) el mes pasado, los Estados Unidos, una nación construida por inmigrantes, deben hacer más por acoger al “extranjero que está entre nosotros”.
Mi experiencia como migrante no fue fácil, pero no fue nada en comparación con las odiseas que atravesaron los millones de refugiados que se han trasladado a pie, en tren, en bote y en automóvil a países vecinos, primero, y más recientemente a Europa, para escapar de una brutalidad incesante.
Las diferencias entre refugiados como los sirios, cuyas vidas han quedado desgarradas por la guerra, y los migrantes por razones económicas, como yo, son enormes. Para los países, reasentar refugiados y abrir las puertas a migrantes puede traer aparejados distintos problemas. Pero así como la entrada de inmigrantes en edad de trabajar a un país que sufre el envejecimiento de su población puede ser beneficiosa para todas las partes, el ingreso de refugiados puede ser favorable para los países que los reciben, incluso para aquellos que tienen recursos limitados.
Los países en desarrollo acogen a alrededor del 86 % de los refugiados de todo el mundo. Por ejemplo, Turquía, Líbano y Jordania albergan, en conjunto, más de 3,7 millones de refugiados sirios, más de ocho veces el número que han recibido los países de Europa. En 2014, los principales países anfitriones (i) de refugiados, excluidos los palestinos, fueron Turquía, Pakistán, Líbano, Irán, Etiopía, Jordania, Kenya, Chad, Uganda y China.
En Turquía hay 1,9 millones de refugiados sirios, más que en ningún otro país. El gobierno turco ha gastado más de US$7600 millones (i) en las tareas emprendidas en relación con los refugiados. Ha permitido a la mayoría de los refugiados registrados permanecer fuera de los campamentos, les ha otorgado libertad de circulación y protección contra el retorno forzoso, y ha atendido sus necesidades inmediatas. Los refugiados gozan de acceso al sistema de salud y, en medida creciente, a la educación.
¿Cómo ha afectado todo esto a la economía turca? Muchos de los sirios que llegaron con activos han invertido en el país. En 2014, el 26% (i) de las empresas nuevas inscritas en Turquía era de origen sirio.Análisis recientes del Banco Mundial muestran que, si bien la entrada de sirios ha desplazado a trabajadores turcos del mercado laboral no estructurado, esos trabajadores también se han beneficiado de un mayor grado de formalización de este mercado, lo que les ha permitido conseguir empleos formales con mejores salarios. Las conclusiones preliminares indican que las tasas de pobreza disminuyeron más rápidamente en aquellas regiones donde residen refugiados que en las demás; es preciso seguir estudiando el tema pasa saber si la llegada de refugiados contribuyó a este resultado.
Al mismo tiempo, no obstante, el elevado número de sirios arribados a Jordania y el Líbano ha incrementado enormemente la demanda total de agua, electricidad, escuelas y hospitales, lo que supone una fuerte carga para esos países. La comunidad internacional ha prestado ayuda humanitaria a los refugiados y, en medida limitada, a los países que los acogen, pero es preciso hacer mucho más.
Según las previsiones actuales, un refugiado puede permanecer en calidad de tal durante 17 años (PDF, en inglés), como promedio. Por este motivo, debemos pasar de la asistencia humanitaria a soluciones que contribuyan al desarrollo. Si los países receptores pueden hallar la forma de que los refugiados participen en sus economías, como está haciendo Turquía, todos se benefician. Estos beneficios son incluso mayores cuando los países ricos, en especial aquellos cuya población está disminuyendo, reciben refugiados. La mayoría de las pruebas indican que estos, como los migrantes económicos en general, trabajan con denuedo y aportan más dinero en impuestos del que consumen en servicios sociales.
Estuve recientemente en Corea del Sur, donde planteé el tema de aceptar inmigrantes, sea de países asiáticos vecinos o de otros lugares. Pregunté si una persona de Indonesia o Tanzanía o Siria podría convertirse alguna vez en un “coreano de identidad compuesta”, tal como yo he llegado a ser un estadounidense-coreano. A juzgar por las respuestas que recibí, está claro que, pese a los grandes beneficios que los coreanos han obtenido al poder desplazarse hacia todos los rincones de la Tierra, con toda probabilidad los “coreano-sirios” no serán aceptados como miembros plenos de la sociedad coreana en el futuro próximo.
Pero Corea del Sur, como muchos otros países más ricos, tiene una población que está envejeciendo y necesita el ingreso de trabajadores más jóvenes para mantener su trayectoria de notable crecimiento económico. Para numerosas economías avanzadas, el mayor desafío consiste en afrontar esos cambios y dar la bienvenida a migrantes y refugiados, con el plan de ayudarlos a asentarse y quizás, en su momento, adquirir la ciudadanía, del mismo modo en que yo me convertí en ciudadano de los Estados Unidos a la edad de 12 años.
Esta es una estrategia inteligente, en particular en esta época de bajo crecimiento económico mundial. Los países que aceptan refugiados y ayudan a otros países a acogerlos productivamente estarán haciendo lo correcto, tanto por nuestros prójimos que están sufriendo como por la economía mundial.
*Esta columna fue publicada con anterioridad en la zona de blogs del Banco Mundial.
Jim Yong Kim

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